domingo, 2 de febrero de 2020

SÉPTIMA LUNA - El gran abrazo de una luna de maravillas


SÉPTIMA LUNA

El gran abrazo de una luna de maravillas

Jorge Rojas y Abel Pintos conmocionaron la Plaza del viernes y la historia misma del Festival con un largo momento compartido en el escenario. Una inmensa multitud fue testigo y parte de un extraordinario capítulo que se prongó hasta más allá de las cuatro y media de la madrugada.

El gran abrazo dejó temblando a la Plaza. Jorge Rojas y Abel Pintos se habían estrechado frente a la multitud mayor y la súbita conciencia de que se trataba no sólo de unos esos instantes con destino de memoria para las páginas del Festival, sino también en un tesoro para quienes estaban viendo y latiendo en ese lugar y en ese instante, sobresaltó aún más las sensaciones.

Fue algo más que un conmocionante reunión de dos pechos y dos voces. Había pasado ya la medianoche de la luna del viernes, y el encuentro de los dueños de los mayores suspiros festivaleros se materializó con una ofrenda para el coro gigante y extasiado del enorme gentío que había completado la Plaza.

No sólo dejaron correr por la abundancia de las bocas propias y las de la multitud acaso sus dos baladas más aclamadas, No saber de ti y La llave.

También salieron juntos al encuentro de sus propias historias en los escenarios folklóricos y del gran continente que ha representado Cosquín para sus trayectorias Puesto que se trataba del día del cumpleaños de Atahualpa Yupanqui, 31 de enero, entonaron juntos “Piedra y camino”.

Y hubo terminado la zamba cuando por algún impulso que acaso tuvo que ver con los fundamentos de la inmensidad de lo vivido en ese escenario, que arremetieron a voz pelada otra vez el estribillo.

Sí, más allá de las calificaciones estilísticas que pudieran corresponderles, sus historias están amparadas por el cielo de la música popular argentina. Como ya se ha dicho en estas páginas, de algún modo todos, los que que crean, recrean y los que escuchan pueden decir, junto con Yupanqui, que de un sueño lejano y bello somos peregrinos.

Luego, a todo entusiasmo folklórico, entonaron “Para cantar he nacido”, de Bebe Ponti y Horacio Banegas. Terminaron con “Al son de la vida”, del exnochero.

En las conferencias que siguieron ambos explicarían que la idea de la reunión germinó cuando Abel Pintos, que se agregó más tarde a la programación, se comunicó con Rojas para pedirle su acuerdo para sumarse a la noche en la que ya estaba anunciado el salteño. Y de la aceptación pasaron al gran abrazo que conmovió a la Plaza.

De alguna manera, y aunque cada uno por separado son de los más convocantes del presente, Rojas reconoció los bríos generacionales sobres los que está montada la estrella de Pïntos. “Esta es tu noche, Abel”, dijo Rojas antes dejar el escenario.

Abel y el frenesí final

Al cabo de una hora de presentación, había desplegado parte de sus éxitos pero también abrió el juego para temas nuevos que revelan una renovación de inquietudes.

Cantó desde el punzante candombe “Lo que el tiempo me enseñó”, del uruguayo Tabaré Cardozo, hasta su canción de muy fresco lanzamiento, “Viaje”, que refleja su reciente recorrido por Latinoamérica en busca de nuevas inspiraciones. Todo con el apuntalamiento de su extraordinaria banda que dirige musicalmente el talentoso guitarrista Marcelo Cáceres.

La noche había comenzado con el potente y rockeado universo santiagueño de Horacio Banegas, el compositor de chacareras notables que apostó a un discurso estético que convocó energías jóvenes.

Otra santiagueña, Roxana Carabajal, aportaría un pasaje muy intenso y logrado al que acudiría incluso la invocación al gran Juan Saavedra y a dos de sus hijos bailarines.

Antes había pasado también Gabriel Macías, crédito coscoíno. Luego de Rojas, aunque la ansiedad apuraba la atención hacía el regreso de Abel Pintos, la Plaza dispuso sus sentidos para seguir las presencias de Coco Gómez, Rivera Folk, Román Ramonda y la suma de los grupos salteños Canto 4 y Guitarreros.

Entonces, el cantante de Bahía Blanca, hacia las tres de la mañana, puso rumbo hacia lo hondo de la madrugada y llevó su presentación más allá de las cuatro y media. Todo este tiempo el público estuvo de pie acompañando sus canciones en un incesante frenesí que cobra tanta intensidad en los pausados momentos sentimentales como en la horas de la festividad bailable.

Da la sensación de que con un chasquido Abel Pintos es capaz de poner a la gente en la sintonía que propone. Pero mientras tanto, así una vez más dejó constancia de la caudalosa precisión de su voz y la sensibilidad interpretativa, también lo hizo de una inquietud estética que cada vez ocupa más espacio en sus presentaciones.

Esta permanente intención de superación de la puesta musical con recursos sutiles y oportunos, incluso a veces con sus silencios, logra algunos delicados climas a partir de instrumentaciones mínimas (por ejemplo, con una tenue trompeta sola, como varias veces sonó el viernes), que luego él apuntala con su modo de saborear las palabras. Su banda vuela alto, y todo redondea una clara y contundente estética.

El frenesí final quedó flotando en un largo desvelo, quizá hasta el amanecer.

La crónica que escriban los recuerdos de la sexta luna del extraordinario Cosquín de las 60 ediciones, hablarán de una noche de maravillas. Que conste en las actas de la emoción.